En mi último día en las montañas, me sorprendió una tormenta, de
la cual me tuve que proteger en el interior de una cueva. Cuando estaba a punto de dormirme Jesús
apareció por última vez y no quise desaprovechar la oportunidad de plantearle
una pregunta más.
-Si tu presencia en el mundo obedece a una razón tan elemental
como la de depositar un mensaje para toda la humanidad, ¿no crees que «tu
iglesia» está de más?
-¿Mi iglesia? -preguntó a su vez Jesús-. Yo no he tenido, ni
tengo, la menor intención de fundar una iglesia, tal y como tú pareces
entenderla.
Aquella
respuesta me dejó estupefacto.
-Pero tú has
dicho que la palabra del Padre deberá ser extendida hasta los confines de la tierra...
-Y en verdad te digo que así será. Pero eso no implica condicionar
o doblegar mi mensaje a la voluntad del poder o de las leyes humanas. De la misma forma te digo: mi mensaje sólo
necesita de corazones sinceros que lo transmitan; no de palacios o falsas
dignidades y púrpuras que lo cobijen.
-Tú sabes, que no es así...
-¡Ay de los que antepongan su permanencia a mi voluntad!
-¿Y cuál es tu voluntad?
-Que los hombres se amen como yo les he amado. Eso es todo.
-Tienes razón -insinué-, para eso no hace falta montar nuevas
burocracias, ni códigos ni jefaturas... Sin embargo, muchos de los hombres de
mi mundo desearíamos hacerte una pregunta...
-Adelante -me animó el Galileo.
-¿Podríamos llegar a Dios sin pasar por la iglesia?
El rabí suspiró.
-¿Es que tú necesitas de esa iglesia para asomarte a tu corazón?
Una confusión extrema me bloqueó la garganta. Y Jesús lo percibió.
-Muchos sacerdotes de mi mundo -le repliqué- consideran a esa
iglesia como santa.
-Santo es mi Padre. Santos serán ustedes el día que amen.
-Entonces -y te ruego que me perdones por lo que voy a decirte-
esa iglesia está de sobra...
-El Amor no necesita de templos o legiones. Un hombre saca el bien
o el mal de su propio corazón. Un solo mandamiento les he dado y tú sabes cuál
es... El día que la humanidad comprenda que el Padre existe, mi misión habrá
concluido.
-Es curioso: ese Padre parece no tener prisa.
Jesús me miró complacido.
-En verdad te digo que él sabe que terminará triunfando. El hombre
sufre de ceguera pero yo he venido a abrirle los ojos. Otros seres han
descubierto ya que es más rentable vivir en el
Amor.
-¿Qué ocurre entonces con nosotros? ¿Por qué no terminamos de
encontrar esa paz?
- Deja que cada espíritu encuentre el camino. El mismo, al final,
será su juez y defensor.
-Entonces, todo eso del juicio final...
-¿Por qué te preocupa tanto el final, si ni siquiera conoces el
Principio? Ya te he dicho que al otro lado les espera una sorpresa...
-Tú siempre estás hablando de Dios. ¿Podrías explicarme quién o
qué es?
El fuego de aquella mirada volvió a traspasarme. Dudo que exista
muro, corazón o distancia que no pudiera ser alcanzado por semejante fuerza.
-¿Puede el hombre apresar los colores entre sus manos? ¿Puede un
niño guardar el océano entre los pliegues de su camisa? ¿Pueden cambiar los
doctores de la Ley el curso de las estrellas? ¿Quién tiene potestad para devolver
la fragancia a la flor que ha sido pisoteada por el buey? No me pidas que te
hable de Dios: siéntelo. Eso es suficiente...
-¿Pero dónde
voy a encontrarlo?
-Es que no hay que buscarlo-dijo Jesús, saliendo al paso de mis
atropellados pensamientos-. El Amor, es decir, el Padre, está en todas partes.
-¿Por qué es tan importante el Amor?
-Es la vela del navío.
-Déjame que insista: ¿qué es el Amor?
-Dar.
-¿Qué podemos dar los angustiados?
-La angustia.
-¿A quién?
-A la persona que te quiere...
-¿Y si no tienes a nadie?
El Maestro hizo un gesto negativo.
-Eso es imposible... Incluso los que no te conocen pueden amarte.
-¿Y qué me dices de tus enemigos? ¿También debes amarles?
-Sobre todo a ésos...
La conversación se prolongaría aún hasta bien entrada la
madrugada. Ahora sé que mi escepticismo hacia aquel hombre había empezado a
resquebrajarse.
Tomado de Caballo de Troya 1 (J.J. Benitez)
Tomado de Caballo de Troya 1 (J.J. Benitez)
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