LA VOZ DEL MAESTRO (2)


Aquel atardecer me encontraba en una de las laderas de la montaña cuando el maestro Jesús volvió a acercarse a mí, como yo permanecía pensativo en un principio no advertí su presencia.
-¿Qué te preocupa? -preguntó Jesús.
-yo lo mire con sorpresa y pregunte ¿qué podemos pensar de los que nunca han amado?
-No hay tales.
-¿Qué me dices de los sanguinarios, de los tiranos?...
-También esos aman a su manera. Cuando pasen al otro lado recibirán un buen susto...
-No entiendo.
-Se darán cuenta que -al dejar este mundo- nadie les preguntará por sus crímenes, riquezas, poder o belleza. Ellos mismos y sólo ellos caerán en la cuenta de que la única medida válida en el «otro lado» es la del Amor. Si no has amado aquí, en tu tiempo, tú solo te sentirás responsable.
-¿Y qué ocurrirá con los que no hemos sabido amar?
-Querrás decir, con los que no han querido amar.
Me sentí nuevamente confuso.
-…Esos, amigo -prosiguió el rabí captando mis dudas-, serán los grandes estafados y, en consecuencia, los últimos en el Reino de mi Padre.
-Entonces, tu Padre es un Dios de amor...
Jesús pareció enojarse.
-¡Tú eres Dios!
-¿Yo, Señor?...
-En verdad te digo que todos los nacidos llevan el sello de la Divinidad.
--Pero, no has respondido a mi pregunta. ¿Es Dios un Dios de amor?
-De no ser así, no sería Dios.
-En ese caso, ¿debemos excluir de su mente cualquier tipo de castigo o premio?
-Es nuestra propia injusticia la que se rebela contra nosotros mismos.
-Empiezo a intuir, Maestro, que tu misión es muy simple. ¿Me equivoco si te digo que todo tu trabajo consiste en dejar un mensaje?
El Nazareno sonrió satisfecho. Puso su mano sobre mi hombro y replicó:
-No podías resumirlo mejor...
-Tú sabes que mi corazón es duro -añadí-. ¿Podrías repetirme ese mensaje?
-Dile a tu mundo que el Hijo del Hombre sólo ha venido para transmitir la voluntad del Padre: ¡que todos somos sus hijos y hermanos por siempre!
-Eso ya lo sabemos...
-¿Estás seguro? Dime, amigo, ¿qué significa para ti ser hijo de Dios?
Me sentí nuevamente atrapado. Sinceramente, no tenía una respuesta válida. Ni siquiera estaba seguro de la existencia de ese Dios.
-Yo te lo diré -intervino el Maestro con una gran dulzura-. Haber sido creado por el Padre supone la máxima manifestación de amor. Se les ha dado todo, sin pedir nada a cambio. Yo he recibido el encargo de recordárselo. Ese es mi mensaje.
-Déjame pensar... Entonces, hagamos lo que hagamos, ¿estamos condenados a ser felices?
-Es cuestión de tiempo. El necesario para que el mundo entienda y ponga en práctica que el único medio para ello es el Amor.
Cuando estaba listo para plantearle mi siguiente pregunta, el hombre dios había desaparecido…

 Tomado de Caballo de Troya 1 (J. J. Benitez)




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