SER CREYENTES

La mentira es la ofensa más directa contra la verdad ya que toda persona tiene el derecho de conocerla.  Por esta razón, si nos paramos a pensar, nos daremos cuenta de que no sólo tenemos una estructura mental para ser creyentes sino que también la tenemos para ser ateos; para negar a Dios y la religión sólo podemos hacerlo desde aquella plataforma que nos lo hizo conocer; por eso un ateo de nuestro entorno cultural es, básicamente, un ateo católico, y digo esto porque la forma de juzgar lo correcto y lo incorrecto parte inevitablemente de postulados católicos.   Nuestras vidas tanto en el caso del más creyente de los ciudadanos como en el del más ateo están dominadas por el catolicismo: el nombre que llevamos es, en la mayoría de las personas, el de un santo católico, el de una advocación de la Virgen o el del mismo Jesús; nuestra vida está repleta de actos sociales que no son más que formas sacramentales católicas; bautismos, primeras comuniones, bodas y funerales a las que asistimos con normalidad aunque no seamos creyentes.    Lo queramos o no, estamos obligados a vivir dentro del catolicismo, y ello no es ni bueno ni malo, simplemente está justificado.  Pero ¿qué sabemos en realidad de la Iglesia católica y de sus dogmas religiosos?  La primera vez que leí los evangelios quedé muy sorprendido por descubrir que el Jesús que describen no tenía nada que ver con el que proclama la Iglesia católica.    Más de una vez me he visto sorprendido al darme cuenta de que la mayoría de los católicos, así como una buena parte de los sacerdotes, no conocen la Biblia.   A diferencia del resto de religiones cristianas, la Iglesia católica no sólo no patrocina la lectura directa de las Escrituras sino que la dificulta.  Esa es la cusa de que hoy la práctica totalidad de la masa de creyentes católicos no ha leído jamás La Biblia.    El máximo enemigo de los dogmas católicos reside en las propias Escrituras, por eso en la Iglesia católica se ha impuesto desde siempre que la Tradición tenga un rango igual al de las Escrituras, que se supone son la palabra de Dios.  Con esta argucia, niega todo aquello que la contradice desde las Escrituras afirmando que «no es de Tradición».   Por ejemplo, los Evangelios documentan claramente la existencia de hermanos carnales de Jesús, hijos también de María, pero como la Iglesia no tiene la tradición de creer en ellos, transformó el sentido de los textos del Nuevo Testamento en que aparecen y sigue proclamando la virginidad perpetua de la madre y la unicidad del hijo.   Considero que tenemos el derecho de reflexionar críticamente sobre algunos elementos fundamentales del libro más famoso de la historia y esto no es atacar a la Iglesia católica o a la religión aunque algunos lo interpreten así debido a su ignorancia y fanatismo doctrinal les impide darse cuenta de que, en todo caso, son las propias religiones, con su comportamiento público, quienes van perdiendo su credibilidad hasta llegar a cotas más o menos importantes de autodestrucción.  A fin de cuentas, no está mal entonces que nos limitemos comprobar directamente qué fue aquello que se dejó escrito en la Biblia, en qué circunstancias se dijo y cómo se ha pervertido con el paso de los siglos.  El propio Jesús, según Juan 8,32, dijo que «la verdad os hará libres», esto quiere decir que se trata de hacer una excursión en busca de la verdad que hay más allá del dogma. Debemos estar preparados porque quizá la verdad no exista en ninguna parte, puesto que todo es relativo, pero en el propio proceso racional de buscarla alcanzamos la libertad que nos aleja de la servidumbre y dejaremos de ser moldeados como creyentes y ateos ignorantes.



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