El pasado fin
de semana llegaron a mi casa dos visitantes que con biblia en la mano me
pidieron unos minutos para compartir conmigo unas lecturas de la biblia, cuando
yo les mencione que prefería leer la biblia por mi cuenta me dijeron que no era
suficiente eso ya que necesitaba que alguien me la explicara. Pues bien querido
lector, ante esta eventualidad de mi impericia natural para analizar los textos
santos al encontrar cosas diferentes a las que dicen hallar doctos prelados y
pastores de afamado prestigio, y que, en consecuencia, acaban por sumirme en el
error (dicen ellos), en cada una de mis publicaciones he tomado la precaución
de suministrar en todo momento la auténtica y genuina palabra de Dios,
reproducida siempre en medio de un contexto generoso y literal, a fin de que
ustedes cada cual puedan juzgar por sí mismo el contenido de los versículos
bíblicos aquí transcritos y, al mismo tiempo, puedan aquilatar la mesura o
desmesura de las conclusiones a las que llego. Cualquiera de ustedes podrá
acusarme de insensato por tomar en su literalidad los relatos bíblicos, y le
sobrará razón para ello, pero la cuestión es que me he dedicado a hacer lo
mismo que practican dos mil millones de creyentes, pero sin hacer trampas. De
esta manera renuncio a la posibilidad de que se me trate como idiota insinuando
que requiero un intérprete para poder acceder al conocimiento de este texto.
Cuando uno ha leído la Biblia con espíritu analítico, no puede menos que darse
cuenta de que es el más contradictorio de los libros, ya que a cada afirmación
en un sentido se le puede encontrar otra o varias en sentido contrario. Es bien
conocido el mandato divino que Dios le dio a Moisés en el Deuteronomio: «No
matarás» (Dt 5,17), pero resulta que el mismo Dios, unos capítulos después, y
también bajo forma de ley que recibió Moisés, impuso para su cumplimiento que:
«Si un hombre tiene un hijo rebelde y desvergonzado, que no atiende lo que
mandan su padre o su madre (...) sus padres lo llevarán ante los jefes de la
ciudad, a la puerta donde se juzga (...) Entonces todo el pueblo le tirará piedras
hasta que muera» (Dt 21,18-21). Y, sin pretender ser exhaustivos, ese mismo
Dios, un poco antes, en Números, le ordenó al mismísimo Moisés: «"Apresa a
todos los cabecillas del pueblo y empálalos de cara al sol, ante Yavé; de ese
modo se apartará de Israel la cólera de Yavé” (...) Yavé le dijo entonces a
Moisés. "Ataca a los madianitas y acaba con ellos (...)» (Nm 25,1-17). ¿No
matarás? ¿Palabra de Dios? ¿Cuál es la palabra de Dios? ¿La que prescribió no
matar? ¿La que legisló que debía matarse a los hijos desobedientes sólo por
serlo? ¿La que ordenó matar brutalmente por empalamiento y exterminar a todo un
pueblo? En todos los casos fueron mandatos directos de Dios a Moisés, dados
para su cumplimiento inexcusable. ¿Por qué razón debe hablarse sólo del primer
mandato divino y callar sobre los otros? ¿Dónde está escrito que las cientos de
miles de muertes que relata la Biblia, y que el propio Dios se adjudicó como
obra personal, fueron una especie de broma, o de tradición histórica exagerada,
y que lo único que legisló Dios fue el «no matarás»? O Dios dijo todo eso y
más, o no dijo nada de nada…
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